En la primavera de 1978, las maestras del jardín de infantes escribieron a un teatro de Buenos Aires pidiendo una obra de teatro para representar a fin de año.
Al día siguiente a la tardecita, los chicos del pueblo, bañados y con ropa limpia, ocupamos todas las butacas de madera del cine. Detrás del telón, los sorprendidos artistas espiaban encantados ese mar de chicos inquietos y contentos (contaron luego que en Buenos Aires los chicos no salen solos, así que desde el escenario se ven intercalados niños y adultos). Empezó la obra, que contaba una historia que tenía animales y canciones. En un momento, el león protagonista saltó del escenario y corrió hacia la vereda entre las filas de asientos. Lo perseguían dos detectives, uno bajito y otro muy alto. El león gritó: "¡ayúdenme!" Parece que los chicos de la ciudad, acostumbrados a este recurso teatral, se quedaban sentados sin reaccionar. No fue nuestro caso. De un salto nos lanzamos encima de los detectives. Y los detuvimos. Y les rompimos los trajes. No recuerdo el argumento de la obra, pero sé que el traje de los detectives tenía flecos transparentes. Lo sé porque esa noche volví a mi casa con un puñado de esos flecos en la mano. La obra llegó a su fin y al día siguiente la compañía teatral volvió a Buenos Aires.